CAPÍTULO 2.
Estúpida corbata de flores hawaianas.
Llegué a clase antes de lo normal. Me
senté en mi sitio habitual y sin saludar a nadie apoyé los codos en la mesa
escondiendo así mi cansado rostro entre las manos.
– Coño, Luck – aquella parecía la voz
de Aaron –. ¿Qué haces aquí tan pronto?
Levanté la mirada de mala gana
con los ojos entrecerrados evitando que la luz artifial me hiciese daño. Era
él.
No le contesté, tan solo pude
emitir un extraño gruñido.
– Anoche celebraste bien tu cumpleaños
– afirmó con tono burlón –. Tienes los ojos inyectados en sangre
– No sé cómo te las apañas tío, pero
en tus conversaciones siempre aparece la palabra “sangre” – dije con voz ronca.
Ambos nos echamos a reír.
Miré a mi alrededor, por el
alboroto que se había montado, la clase debía estar a punto de empezar.
Un minuto después se escuchó un
portazo sordo, de pronto reinó el silencio.
“La sapo”, nuestra profesora de
matemáticas, avanzó hasta su mesa con paso firme pero sosegado. Se sentó en su
cómodo sofá acolchado y abrió el maletín que siempre llevaba consigo. Ese viejo
maletín de cuero oscuro que tantas veces intenté robar para ganarme algún
aprobado.
Ana era el verdadero nombre de
la profesora. Apenas se acercaba a los cuarenta años, pero su oscuro y lacio
pelo cortado a ras de la nuca, sus pequeños ojos ocultos tras esas gafas
gruesas pasadas de moda y la multitud de arrugas que poblaban su rostro, le
hacían parecer veinte años mayor.
Todos los alumnos, e incluso
algún que otro profesor la conocíamos por “La sapo”.
La leyenda contaba que un día,
mientras intentaba poner en vergüenza a un alumno ridiculizándole delante del
resto por un ejercicio mal hecho, se le escapó un sonoro eructo que hizo
estallar en carcajadas a la clase por completo. Nunca conocimos a nadie que nos pudiera asegurar que
esa historia era cierta, pero a nosotros nos valía con creerlo.
– Dejad la mesa libre –dijo con su chillona e irritante voz –. Sofía, reparte estos folios – se
dirigió a su alumna predilecta, la típica “pelota”.
– Genial– dijo Rita golpeándose la
frente –. Examen sorpresa, lo que me faltaba
No pude evitar sonreír. Mi
amigo llevaba una racha desastrosa en matemáticas.
Yo me sentí algo aliviado, no
porque fuese a aprobar el examen, sino porque podría echarme una buena siesta
en esa hora.
El resto de la mañana fue horrible.
Nunca había estado tan cansado.
Por la tarde fui a trabajar y
no di pie con bola. El jefe de mi departamento me llamó la atención más de
cinco veces a cuenta mis absurdos despistes.
Extasiado de cafeína y con el
cuerpo destrozado fui directo a casa a la salida del trabajo. Mi madre aun no
había llegado, asique no cené. Arrastré los pies hasta mi cuarto y con la misma
ropa con la que había trabajado caí rendido sobre la cama.
Nada consiguió despertarme hasta ocho
horas después. Aún estaba cansado. No tanto como la mañana anterior, pero si lo
suficiente para pasar un mal día.
En el instituto no pasó nada
especial.
Al salir de clase comí un
bocadillo con mis amigos; Aaron, Rita y Greg que a veces se quedaban conmigo
haciéndome compañía durante esa hora que tenía libre antes de entrar a
trabajar. Me gustaban los días que comíamos juntos, se hacían más fáciles.
Eran las 15:30, hora de entrada. Como
de costumbre pasé la tarjeta de identificación por el lector de la puerta
principal de la fábrica. Entré por el pasillo de color azulado caminando
deprisa hasta llegar al viejo y maloliente vestuario masculino.
Me quité la ropa con la que
había ido a clase y me puse el mono naranja y negro, identificación de los trabajadores
de más bajo rango.
Salí apresurado de allí, en el
pasillo hacía demasiado calor
Me dirigía a la sala de
empaquetados donde solía trabajar habitualmente, cuando noté que alguien me
seguía.
– ¡Luck! ¡Ey, Luck! – Una voz rota por
el tabaco me llamaba sin demasiado interés. Era Roque, la persona con más poder
de la fábrica –. ¿Puedes venir a mi despacho? Tengo que hablar contigo – Jefe
de jefes. Rico. Ambicioso. Sin pudor.
Noté como mi estómago se hacía
más pequeño. Aquello no me inspiraba confianza.
Quizá solo quisiera hablar
conmigo de lo ocurrido el día anterior, pero no podía dejar de pensar en el
tiempo que llevaba trabajando allí, en lo mucho que necesitaba el dinero, y en
el poco trabajo que había fuera de la fábrica.
Caminé despacio hacia su
despacho sopesando cientos de posibles conversaciones.
Cuando quise darme cuenta
estaba frente a le enorme puerta de madera cobriza que me separaba de un
inminente y desconocido futuro.
Sentí miedo frente a la
posibilidad de perder mi empleo, perdiendo un dinero que en mi casa era más que
necesario. Abrí la puerta con cuidado.
– Vamos chico, pasa sin miedo – su voz
no transmitía calma ni seguridad, al contrario. Aterrorizaba. Me fijé en su
escaso y blanquecino pelo peinado hacia un lado. Miré sus oscuros y pequeños
ojos que ahora me parecían diferentes a los que recordaba. Se veían
enrojecidos, e incluso llorosos–. Siéntate – ordenó señalándome un pequeño sofá
color burdeos situado meticulosamente frente al suyo.
Obedecí sin demasiadas ganas.
No quería sentarme, tan solo quería saber que era lo que quería aquel hombre y
salir de allí cuanto antes.
Noté como me sudaban las manos.
Mi corazón se aceleraba cada vez más y aquel enorme nudo en mi estómago había
subido de golpe hasta mi garganta.
Roque se aclaró la garganta,
por fin iba a hablar.
– Ayer llamó una de tus profesoras.
Parecía bastante preocupada por tu situación – entendió al instante que yo no
sabía de lo que estaba hablando, e intentó explicármelo –. Me contó que ayer
habías tenido un examen bastante importante, pero estabas tan cansado de
trabajar que tuviste que dormir en lugar de hacerlo.
– No entiendo donde quiere ir a parar,
señor – mi voz se había vuelto frágil – Y esa historia ni siquiera es cierta
– Según me dijo, tu rendimiento
escolar está disminuido notablemente. Trabajar por la tarde no deja tiempo para
tus estudios ¿Verdad? – Ni siquiera esperó mi respuesta–. Es importante que
saques buenas notas, chico
Noté como la rabia comenzaba a
acumularse en mis mejillas. “La sapo” siempre me había odiado pero nunca pensé
que fuera hasta esos puntos. Sabía que necesitaba dinero y después de haber
perdido todas las batallas que había librado conmigo, decidió ganar de la única
manera posible, aunque fuese la más rastrera y despiadada.
Por otro lado, Roque, afectado
como todos por la gran crisis del país llevaba meses despidiendo a algún que
otro empleado cada vez que veía ocasión, y por suerte para él, esta era una de
las mejores justificaciones que había tenido para pagar un sueldo menos.
– Pero señor – insistí –. Me hace
falta este trabajo, sin él mi familia y yo volveríamos a pasar hambre. Lo que
esa mujer le ha dicho es mentira. Hasta ahora he conseguido aprobar todo en el
último momento– Pero ¿Qué diablos estaba haciendo? No tenía por qué darle
explicaciones de mi vida ¡estaba suplicándole! En mi vida había hecho algo así
–. Por favor, no me despida – cerré los ojos resignado, acababa de perder mi
orgullo y mi dignidad.
– Lo siento hijo, algún día me lo
agradecerás – me sonrió con ironía e
inmediatamente encendió un televisor que estaba al fondo del despacho. Subió
los pies en una butaca y comenzó a cambiar los canales ignorándome por
completo.
– Le estoy diciendo que puedo trabajar
y estudiar sin ningún problema, si quiere despedirme búsquese otra excusa –
comencé a elevar el tono sin apenas darme cuenta.
– Chico, esa “excusa” – dijo esa
última palabra realizando un gesto de comillas con los dedos – es la que
cualquiera que pregunte por ti, va a creer
– Usted no sabe lo que es vivir sin
dinero. Este sueldo era lo único que nos ayudaba a vivir un poco mejor– nos
mirábamos desafiantes, intentando ser vencedores en una guerra de palabras en
la que cada uno ansiaba una recompensa. Él; mi despido. Yo; mi trabajo.
– Admítelo de una vez Luck, has
perdido el trabajo– encendió un cigarrillo barato –. Digamos que me preocupa
mucho tu educación – sonrió mostrando unos dientes amarillentos y separados.
Noté como la rabia se apoderaba poco a
poco de mi cuerpo. Mientras tanto aquel desgraciado continuaba riéndose de mí.
Tomé aire, ya no tenía nada que
perder. Golpeé la mesa con mi puño sin ningún reparo en lo carísima que podía
haber sido aquella madera.
Roque se quedó inmóvil, me miró
a los ojos unos segundos mientras arqueaba poco a poco su ceja izquierda.
Después, con la misma facilidad con la que había dejado de hacerlo, estalló de
nuevo en una sonora carcajada, más escandalosa que la anterior.
Se sentía ganador de la batalla
y mi gesto de rabia no había hecho más que alimentar su estúpido ego.
Me sentí humillado.
Mi cuerpo actúo por mi cabeza.
Con toda mi fuerza volqué la enorme mesa de madera, cayendo de ella multitud de
objetos, e incluso Roque, cayó de su silla.
– ¡¿Serás cabrón?! – Se puso en pie de
inmediato, estando a punto de caer de nuevo–. ¡Tendrás que pagarlo todo! ¡Lo
descontaré de tu miserable sueldo! – Intentó
provocarme con la mirada– Ahora sabrás lo que es pasar hambre – Aquellas
palabras salieron de su boca en un débil susurro, intentando herirme con cada
una de ellas. Después hizo el amago de sonreír.
Todo pasó muy rápido. Recuerdo una
estúpida corbata de flores hawaianas, que arranqué de cuajo de su cuello con
mis propias manos. Agarré su chaqueta y lo levanté del suelo sin que me
supusiera esfuerzo alguno, después lo empujé contra la pared más cercana,
privando su respiración con mi antebrazo y disfrutando de ello. Le propiné una
fuerte patada en la entrepierna que debió de dolerle, porque un par de lágrimas
salieron de los ojos que antes miraban retadores.
– No pienso pagar nada de esto– mi voz
sonaba fría como el hielo. Miré a mi alrededor. Había destrozado casi todo –.
Es más, vas a firmar un cheque por valor del doble de mi sueldo. Pensándolo
mejor, el triple. Y si
algún día se te ocurre denunciarme por esto, o atacarme de algún modo – sin
soltar su chaqueta negra de lino, me agaché para coger con cuidado del suelo
uno de los marcos que antes adornaban la mesa – No serás tú quien tenga que
vérselas conmigo – sonreí enseñándole la foto donde una niña de unos doce años
se abrazaba a la que parecía ser la mujer de Roque. No sería capaz de hacerles
nada a una mujer y a su hija, pero eso él no lo sabía, asique con aire teatral
saqué la foto del marco y la arrugué en mi mano, haciéndole ver que me quedaría
con ella.
Asintió con resignación y después le
tiré al suelo. Tomo una enorme bocanada de aire y en cuanto se hubo recuperado
sacó un viejo talonario del bolsillo de su chaqueta. Con manos temblorosas
cogió una pluma estilográfica del suelo. Escribió de manera rápida y cuando
acabó me extendió el talón. Se lo arrebaté con rabia y comprobé que había
seguido mis órdenes. Intenté ocultar la sorpresa en mi rostro. Había doblado la
cantidad, tenía seis veces mi sueldo en aquel papel. Era una buena cantidad de
dinero, pero en unos meses se habría acabado.
– También quiero el sueldo de este mes
aunque no lo haya trabajado entero, y por supuesto el finiquito – abrí la
puerta del despacho.
– No puedes llevarte el mono de
trabajo – su arrogancia y su soberbia podían con todo. A pesar de haber cedido
con el cheque, quería dejar claro que era él quien había ganado despidiéndome.
A fin de cuentas, yo no le había dicho nada acerca de eso.
Recordé que unos minutos antes
había estado a punto de perder mi orgullo y mi dignidad. Sonreí, había estado a
punto, pero aún podía recuperarlo.
Me desvestí deprisa, quedándome
en ropa interior. Hice una bola con el mono y se lo tiré a la cara. Sonreí
cuando su labio comenzó a sangrar. Había conseguido golpearle con la
cremallera.
Salí del despacho sin
avergonzarme. Caminé por el pasillo sin esconderme de nadie.
Los trabajadores que pasaban a
mi lado evitaban mirarme fijamente, pero no daban crédito. Solo hubo una
persona con el suficiente valor de decir algo:
– ¡Eh tú! – una voz femenina, aunque
quizá un poco grave me llamaba desde el fondo del pasillo – ¡El de los calzones
negros!
Me giré irritado, buscándola con la
mirada. Era una chica de unos diecisiete años, guapa pero manchada de aceite y
polvo. La había visto alguna que otra vez por la fábrica pero nunca había
hablado con ella.
– Espérame cuando salgas – parecía
segura de sus palabras.
– Ni hablar, me largo ahora mismo –
nuestra jornada laboral no debería acabar hasta aproximadamente las once de la
noche. No pensaba quedarme esperando hasta entonces.
– Yo también – acabó la frase y dio
media vuelta, desapareciendo por el pasillo y sin decir nada más.
Me di una ducha rápida. Aquella
chica estaba completamente loca. ¿De verdad pensaba que la iba a esperar? ¡Si
ni siquiera la conocía!
Me puse la ropa que llevaba esa
misma mañana. Tenía cosas mejor que hacer antes que esperarla a ella.
Guarde el cheque en la cartera,
y detrás la foto que había robado del despacho de Roque. Salí del vestuario.
¿En qué estaba pensando? Era guapa, pero se lo tenía demasiado creído si
pensaba que la gente fuera a obedecer sus órdenes.
Devolví mi tarjeta de
identificación en la oficina central, sin mirar a la secretaria con la que
tantas veces me había cruzado. ¡Estaba chiflada! Pensar que iba a esperar por
ella… ¿Por qué? Si no tenía razones para ello.
Salí a la calle mientras el
viento golpeaba mi cara. Apenas hacía media hora que había entrado por esa
misma puerta sin saber lo que me esperaba. Sin quererlo miré alrededor. No
había nadie cerca. Saqué un paquete de tabaco del bolsillo. ¿Esperarla yo?
Sonreí. Aquella muchacha no podía salirse con la suya.
Di una calada fuerte al cigarro
y solté el humo con calma. Me senté en un banco al lado de la puerta de la
fábrica. La verdad era que no tenía nada que hacer aquella tarde, y me gustaba
fumar con calma. Quizá antes de que se consumiera, la chica misteriosa ya
estuviera fuera.
Tres cigarros más, y la pesada
puerta se abrió a mis espaldas haciendo un ruido bastante incómodo. Una chica
completamente distinta a la que había visto dentro se dirigía hacia mí mirando
el suelo. Parecía divertida, simpática, alegre…
Se sentó a mi lado cruzando las
piernas como un indio y sin pedirlo cogió mi paquete de tabaco sirviéndose ella
misma. Sacó un mechero de su bolso y se encendió el cigarro.
– Roque es un capullo. Me
tenía harta – dio una larga calada y sin soltar humo continuó hablando –. No
tengo un trabajo mejor, pero paso de aguantar a babosos como él. ¿Sabes cómo me
sentía cada vez que intentaba acosarme? Primero fueron las miradas fuera de
lugar, después todos los días me hacía ir a su despacho con excusas tontas, y
ayer mismo intentó meterme mano ¡Será cerdo! Pero hoy he conseguido vengarme –
dijo enseñándome un bote de gas pimienta.
Me reí con ganas, en parte por
su manera de hablar, rápida pero divertida. Por otra parte, Roque había tenido
doble ración aquella tarde.
– ¿Qué ha pasado contigo? – parecía
interesada.
La miré de arriba abajo. Era preciosa.
Lo que más me llamaba la atención eran sus incandescentes labios rojos,
intensos pero naturales.
Tenía el pelo muy oscuro, casi
negro, y le llegaba por los hombros.
Sus ojos eran enormes y azules,
enmarcados por unas preciosas pestañas densas y oscuras como la noche.
Su piel bronceada y lisa
parecía artificial.
Parecía una niña con aquel
cuerpo pequeño y frágil vestido de manera infantil y desarreglada
Era preciosa.
– Quería verme desnudo a mí también,
pero solo consiguió arrancarme el mono
Durante unos segundos su risa
llenó todos y cada uno de los espacios vacíos presentes en mi vida.
– Venga en serio, cuéntamelo
– Pero si ni siquiera sé cómo te
llamas – la miré de nuevo, cada vez le veía más hermosa.
– Lo siento, que tonta – dijo
atusándose el pelo mientras se ponía en pie – Me llamo Emma ¿Y tú cómo te
llamas, Luck? – su risa era algo infantil. Me gustaba.
– Creo que ya lo sabes – le estreché
la mano con delicadeza–. Encantado de conocerte, Emma
Parecía avergonzada por su
intencionado despiste, pero al mismo tiempo le divertía la situación.
– ¿Quieres que vayamos a dar una
vuelta? – aquella pregunta parecía de lo más inocente.
– Verás Emma, no me conoces. No soy un
chico cualquiera – tomé aire. Parecía demasiado inocente y me iba a costar
decirle que se alejase de mi –. Yo…
– ¡Shh! – me interrumpió –. Lo sé
Luck. Eres un cabrón. No estarás más de una semana a mi lado. Desaparecerás y
sufriré mucho. Sería mejor si me alejase ahora mismo de ti e hiciésemos como
que esto nunca hubiera pasado – dijo con voz tristemente burlona.
– Pero cómo…
– ¡Shh! – Volvió a interrumpirme –. Es
lo que siempre dices, ¿No?
– Sí, pero… ¿Cómo lo sabes?
– Sé muchas cosas de ti, pero ahora no
es momento de explicaciones. Tengo sed, será que mejor vayamos a tomar un refresco
Y dicho eso, me agarró de la
mano llevándome lejos de allí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario