2. La noche del terror.
17.
Julio.2001
En ese mismo
instante desvió la mirada, por alguna extraña razón tenía el presentimiento de
que alguien la había estado observando mientras pensaba.
Se puso en pie, ya había terminado.
Salió de allí con paso firme pensando ir al lago, pero cayó en la cuenta de
que antes necesitaba una ducha.
La mañana no
había empezado del todo bien.
La señora Cassano
había conseguido ponerla de mal humor al despertarla de aquella manera tan
inadecuada.
Se sentía algo mareada
por la falta de sueño, pero sobre todo por lo desnutrida que estaba desde que
llegó a aquel lugar.
Aquellas tres semanas
lejos de su hogar se le antojaban tristes y desesperanzadoras.
Hollstarr era
un lugar precioso, pero necesitaba regresar a su hogar y buscar afecto en la
única persona con vida que la quería tal como era.
Se sentía estúpida por
haberse dejado llevar por sus instintos.
El día que Eirian
salió en su defensa, no era ni mucho menos una señal, sino una advertencia que
la intentaba persuadir de ir al campamento.
Pasó por su
tienda de campaña, la más pequeña y deshilachada de todas.
Cogió una toalla, ropa
limpia, su bolsa de aseo y lo metió todo en una pequeña mochila.
Las duchas
dejaban mucho que desear. Eran bastante pequeñas y parecía que no las habían
limpiado jamás.
Cerró la vieja cortina
gris y encendió el grifo del agua caliente. Raro era el día que podía ducharse
en condiciones ya que la caldera parecía estar siempre estropeada.
Se desnudó con cuidado
y guardó la ropa sucia en la mochila. Después se metió bajo del chorro de agua
templada y disfrutó de aquel momento.
Parecía una
niña cualquiera, pero en realidad era mucho más que eso.
Era fuerte, podía
soportar casi cualquier cosa que le echasen encima.
A pesar de estar sola
y no tener un solo amigo, era capaz de divertirse y disfrutar de las cosas
maravillosas que la vida le había dado.
Tenía otra manera de
ver el mundo. A sus ojos cada persona tiene una misión, pero por más que
buscaba la suya, era incapaz de encontrarla.
Era demasiado madura
para su edad, parecía ser bastante mayor.
Tenía una personalidad
fuerte y definida, una chica de principios, autosuficiente, valerosa y con un
gran corazón.
Físicamente
pasaba desapercibida.
Su cuerpo era aún el
de una niña. A penas se había desarrollado, a diferencia de muchas chicas de su
edad que ya tenían cuerpo de mujer.
Pero si había algo que
la diferenciaba por completo del resto, era su piel. Una piel blanca y
aterciopelada que rozaba casi la perfección, de no ser por las machas violáceas
y amarillentas que adornaban casi la totalidad de su cuerpo
Aquellas eran las
marcas que reflejaban el dolor físico al que estaba sometida casi a diario.
Su larga y
ondulada melena castaño claro, era una de las partes de su cuerpo que más le
gustaba, a parte de sus ojos. Aquellos ojos de un color azul verdoso que tantas
lágrimas habían derramado a lo largo de sus trece años.
Su mirada era otra de
las cosas que la caracterizaban. Una mirada dulce y profunda que pocas personas
sabían apreciar.
Después de
ponerse el vestido azul que Alika le había regalado las pasadas navidades,
recogió su cabello en una coleta, aunque éste ya había empapado parte de la
ropa, salió del baño.
Caminaba de vuelta a
la tienda de campaña para dejar sus cosas cuando sintió que alguien la
observaba de nuevo.
Aminoró el paso y con
disimulo miró a su alrededor. No observó nada fuera de lo común, los demás aún
seguían en el comedor.
Se intentó convencer
de que tan solo eran imaginaciones suyas, pero se dio cuenta de su equivocación
cuando observó desde lejos que alguien había abierto su tienda de campaña.
Sintió una punzada de miedo, pero se armó de valor y se dirigió hacia allí con
paso firme.
De entre la
azulada lona asomaban un par de zapatillas de deporte llenas de hierba y barro
seco. Sin pensarlo dos veces, agarró la tela y tiró con fuerza, dejando el
interior al descubierto.
En aquellas milésimas
de segundo, pasó por su cabeza la imagen de Maillon. Estaba convencida de que
aquellos enormes pies debían ser los suyos, pero una vez más se equivocaba.
Eirian la miró y ella
sostuvo aquella inquietante mirada durante casi un minuto. Aquellos ojos verdes
le atravesaban como espadas dejando al descubierto la vergüenza que sentía y al
mismo tiempo el orgullo que demostraba.
Sin esperarlo, las
palabras salieron de la boca de Yarah como un cañonazo.
– ¿Qué
estás haciendo? – no resultó ser un tono brusco ni maleducado. Si no que más
bien fue una pregunta simple y de lo más amable.
Él no contestó.
Intentó ponerse en pie mientras soltaba una serie de gruñidos.
Después se fue de allí
con arrogancia.
Ella no supo
que hacer.
Salir corriendo tras él
para pedir cualquier tipo de explicación era demasiado arriesgado, pero se veía
ridícula al quedarse parada sin hacer nada.
Miró el interior de la
tienda, todo estaba patas arriba, incluso se veían hojas sueltas de su bloc de
dibujo. Cerró los ojos e intentó pensar con calma, pero no conseguía hacerlo.
¿Qué diablos buscaba Eirian entre sus cosas?
Guardó con rapidez la
mochila que llevaba, cerró la tienda de campaña y echó a correr en la dirección
que el chico acababa de tomar.
Lo encontró a
lo lejos, fuera de las inmediaciones del campamento.
– ¡Eh
tú! – gritó Yarah a pleno pulmón, pero el chico ni se inmutó–. ¡Espera! – pisó
un charco lleno de barro, manchándose casi hasta la rodilla y parte del vestido
–. ¿Se puede saber que hacías hurgando entre mis cosas? ¡Quiero una
explicación!
Eirian apretó
el paso. Siempre acababa finalista en las carreras del colegio, por lo que
sería demasiado difícil alcanzarle. Pero necesitaba saber que era lo que se
traía entre manos, así que se descalzó y comenzó a correr con fuerza.
Ella también era buena
corredora.
Le sacaba
bastantes metros de ventaja y sus piernas comenzaban a flaquear.
Llevaba tanto tiempo
corriendo tras él que había dejado de reconocer su entorno. Intentó realizar un
último esfuerzo y apretó el paso, pero resultó en vano.
Frenó en seco para
tomar aire. Notaba la boca seca y las mejillas al rojo vivo.
Se agachó y apoyó las
manos en sus rodillas. A penas entraba aire en sus pulmones.
Una vez se
recuperó, irguió el cuerpo y miró a su alrededor. Se encontraba en una especie
de bosque. No había demasiados árboles, pero si los suficientes como para
haberse perdido entre ellos.
Entrecerró los ojos. A
lo lejos, unos diez árboles más allá, divisó los ojos verdes del muchacho. La
miraba fijamente, sin ningún tipo de expresión en el semblante.
Contempló el rostro
del chico hasta que desapareció entre la maleza sin dejar rastro.
Hacía pocas
horas que había amanecido, pero donde ella estaba parecía que la noche se había
adueñado de todo. Las espesas ramas de los árboles atrapaban la luz del sol.
Acarició suavemente la
piel de sus brazos, erizada tras un escalofrío. La temperatura era notablemente
más baja.
Lo que más miedo le
transfería aquella situación era la respuesta a pregunta que llevaba un rato
revoloteando en su cabeza… ¿Cómo saldría de allí?
Tal vez si se quedaba
esperando, alguien acudiera en su busca.
Rió en alto. ¿Quién se
iba a preocupar por ella? A veces era demasiado ilusa.
Tras sopesar varias
alternativas, decidió que lo mejor sería dejarse llevar por la intuición, que
aunque no siempre estuviera de su parte, era lo único a lo que se podía aferrar
en ese momento.
Dio una vuelta sobre
sí misma y comenzó a andar sin saber hacia donde.
Llevaba
caminado en círculo algo más de dos horas cuando tropezó y cayó al suelo. Se
llevó las manos a la rodilla de inmediato y profirió un grito de dolor.
Se había golpeado con
fuerza contra una piedra afilada, haciéndose una herida profunda que sangraba
sin cesar. El dolor era atroz.
Se llevó las manos
llenas de sangre a la cabeza y suspiró hondo. La mala suerte estaba de su parte
¿Por qué diablos perseguiría a semejante imbécil?
A lo lejos, algo llamó
su atención. Era un objeto que brillaba semiescondido bajo un pequeño montículo
de arena.
Estiró la mano para
cogerlo con cuidado. El frío de aquel pesado metal atravesó su piel, y a punto
estuvo de dejarlo caer.
Estaba tan absorta en
su nuevo descubrimiento que se olvidó por completo del fuerte dolor que le
provocaba la herida.
Miró el objeto de
cerca. Parecía un pendiente antiguo, tanto que perfectamente podría haber
pertenecido a la Edad Media. En él, no quedaba un sólo atisbo
del color de la plata, el paso de los años lo había ennegrecido por completo.
En el centro de las
abstractas figuras, resplandecía una piedra preciosa de color blanquecino y el
tamaño de una lenteja. Poseía un brillo intenso, casi cegador a pesar de la
falta de luz en el bosque.
Del extremo final del
pendiente caían tres hileras de piedras similares a la anterior, sólo que éstas
con forma de lágrima y algo menos de fulgor.
Fuera de quien fuese
aquella joya, tuvo que lamentar el haberla perdido.
Quizá se
tratara de una pieza única tan antigua que su valor fuera incalculable, o quizá
no fuera más que una baratija de imitación que cualquier persona pudiera
adquirir. Pero a ella eso le daba igual, lo había encontrado, y era su nuevo
tesoro.
Cerró la mano
en un puño, no quería perderlo. Se armó de valor y se puso en pie tras el
segundo intento. Tras ella se escuchó el sonido de una rama resquebrajándose.
Desvió la mirada hacia
el lugar del que provenía, pero no observó nada extraño.
Continuó caminando a
pesar del dolor y la cojera.
Se sentía cansada y
cuando por fin llegó a un árbol de gran tamaño que no recordaba haber visto
antes cerró los ojos y se dejó llevar por sus sentidos.
Cuando era
pequeña solía jugar con las sensaciones que le rodeaban.
Caminaba por las
calles de Courrners sin mirar el camino elegido, únicamente dirigía su mirada
al suelo. Cuando creía que había pasado el tiempo suficiente, dejaba de andar,
cerraba los ojos y se dejaba embriagar por cualquier detalle que la rodease.
El olor a manzana
verde le indicaba que estaba frente a la frutería de Hollow. El sonido de gotas
de agua golpeando un cristal de bohemia, que estaba en el patio de la señora
Missel, la mujer más rica de todo el pueblo. El sabor a metal en su garganta,
que estaba frente a la fábrica de cazuelas de Sunich.
Rara era la vez que se
equivocaba de lugar, a decir verdad eso solo ocurrió una vez y resultó ser frente
a la casa de Maillon Runch, el día que su madre decidió hacer limpieza en la
casa eliminando por completo el olor a pocilga.
Pero estar
allí, sola y perdida en un bosque totalmente desconocido para ella, se acababa
de convertir en la prueba más difícil de aquel extraño juego.
Con los ojos
cerrados se sentía más vulnerable al resto de sensaciones.
Recordó el olor a
óxido y moho de las tiendas de campaña, el sonido de las cañerías del comedor,
el tacto rugoso de la fina arena del patio de juego...
Pero nada de eso se
encontraba a su alrededor, tan solo era capaz de escuchar el canto de los
pájaros, disfrutar del olor a hierba fresca y sentir el aire frío golpeando su
cuerpo.
Lo intentó una
vez más.
Los gritos de los
niños mientras jugaban, el olor a sudor, el sabor metálico de los cubiertos, el
olor a carne y sangre que salían de la cocina, el silbato de los monitores que
indicaba el comienzo de las actividades de la tarde…
¡Eso era! ¡El silbato!
Era difuso y lejano, pero real.
Aún con los ojos cerrados
caminó a tientas entre los árboles, dejándose llevar por sus otros cuatro
sentidos. Así llegaría antes y evitaría perderse de nuevo.
El sonido se hacía más
intenso, incluso podía escuchar la irritante voz de la señora Cassano que tanto
había odiado esa misma mañana. Ahora le parecía una melodía celestial. Agudizó
el olfato, mientras ella estuvo perdida en el bosque, los demás habían pintado
con acuarelas, jugado al fútbol y comido garbanzos con merluza.
Abrió los ojos,
contenta aceleró tanto como pudo.
Podía ver las
instalaciones a lo lejos, y acercándose a ella las dos personas con las que
menos deseaba encontrarse en ese momento.
Maillon, caminaba con
aires de grandiosidad junto a Steffano, que se sacudía el pelo con la mano
mientras mascaba chicle sin cerrar la boca ni un instante.
Sintió algo de
preocupación, en el grupo faltaba una persona.
A pesar de que él
había sido el causante de lo ocurrido aquella mañana, parecía no haber
regresado aún. ¿Y si le hubiera ocurrido algo en el bosque?
– ¿Qué te ha
pasado, rara? – preguntó el grandullón con tono de burla.
– Estaría
jugando al parchís con sus amigos los extraterrestres – añadió Steffano con una
sonrisa en la boca.
– Seguro que ni
ellos la soportan
Ambos rieron a
carcajadas. Ella fingió no haberlos escuchado y continuó su camino. Aquella
herida merecía más atención que aquel par de imbéciles.
– ¿Qué te ha
pasado en la pierna?
– Tendría
hambre
Rieron de nuevo.
Un silbido atrajo la
atención de los tres niños. Provenía del bosque del que Yarah acababa de salir.
Y del mismo modo que
se había marchado, apareció de entre la oscuridad.
El chico de ojos
verdes corría hacía ellos con trote elegante y firme. Intacto, ni un solo
rasguño en todo el cuerpo. Apartó uno de sus castaños cabellos de su frente
mientras secaba una gota de sudor que resbalaba por ésta.
– Os equivocáis
chicos – dijo jadeando con aquel imperturbable tono de voz.
Todos le
miraban expectantes, esperando escuchar sus próximas palabras
– En realidad
ha ido a dar de comer a su familia – y tras pronunciar aquellas palabras, imitó
de manera burda y torpe a lo que parecía ser un mono.
– Los monos no
viven en los bosques, idiota – Aquellas palabras salieron como una bala de su
boca. Sabía que no debía haber dicho aquellas palabras, pero a pesar de haber
sido involuntarias, se sentía satisfecha de haberlo hecho.
Miró a los tres
matones que habían enmudecido frente a aquella insensatez.
Dio media vuelta, y
continuó con su marcha.
– ¡¿Te crees
muy graciosa?! – gritó Maillon tras ella.
Ignoró al chico por
completo.
– ¡Te ha hecho
una pregunta, asquerosa! – gritó aún con más fuerza su súbdito italiano.
Por el
contrario, ella sonrió. Se sentía en una nube, satisfecha y superior a ellos.
No en fuerza, pero si en orgullo e inteligencia.
– ¡No te vayas!
– gritó de nuevo Maillon, se adivinaba cierto tono de impaciencia y turbación
en su voz.
– Dejadla en
paz – dijo Eirian con resignación –. No merece la pena
Esas fueron las únicas
palabras que hicieron efecto en Yarah.
Arqueó la ceja y
separó ligeramente los labios.
Era la última frase
que esperaba escuchar en aquel momento. Aún así no detuvo el paso, pero imaginó
que tanto la cara de Maillon como la de Steffano, debían mostrar más sorpresa
incluso que la suya propia.
Thomas, el monitor
más joven del campamento de Hollstarr, curó la herida de Yarah. Tardó más de
uno hora ya que tuvo que desinfectarla concienzudamente y aplicar cremas
cicatrizantes antes de poner un tupido vendaje.
Por lo que le dijo,
debía haber perdido mucha sangre.
Le obligó a sentarse
en una vieja silla de la cocina y beber un zumo de naranja mientras él buscaba
algo para darle de comer.
Era la primera
vez que estaba allí dentro. Por el aspecto que presentaban las paredes, no daba
una imagen de limpieza ni pulcritud. Los azulejos, o lo que quedaba de ellos,
estaban llenos de grasa acumulada. Las viejas cacerolas de hierro reposaban
llenas de lo que parecía ser un horrible puré de zanahoria que probablemente
fuera la cena de ese día. Pero aún era de la suciedad y restos de comida que se
hallaban esparcidos por el suelo.
Se asomó por una de
las ventanas. A lo lejos puso ver a los tres chicos con los que se acababa
de enfrentar.
Ahora discutían entre
ellos de manera exagerada.
– Toma, es lo
único que puedo robar de aquí sin que me corten las manos – dijo Thomas
sonriendo.
Aquel chico, de
cabello corto y rubio y ojos del color del azabache, era el monitor que mejor
trataba a la niña, aunque a veces no fuera del todo amigable.
No tendría más de
veintiséis años, pero se apreciaban ligeras arrugas surcando sus hundidos ojos.
Yarah cogió el
bocadillo de queso que el chico le había hecho y salió del comedor.
Le había recomendado
que se fuera a su tienda a descansar lo que quedaba de día, pero era lo que
menos quería hacer.
En lugar de eso iría
al lago. No podría bañarse, pero si disfrutar de la tranquilidad que allí se
respiraba.
A cada paso que daba
el recuerdo de lo que acababa de vivir se hacía más intenso. Entonces, cayó en
la cuenta de que llevaba demasiado tiempo sin abrir su mano derecha. Estiró los
dedos con calma, contemplando aquella maravillosa reliquia que ahora era suya.
Con la intensa luz del sol, el brillo era infinitamente mayor.
*
– Si no recuerdo mal, la última vez te
equivocaste
– Lo sé – suspiró –. Pero este sueño ha sido demasiado real.
– Lo siento, no puedo creerte – El anciano atusó su blanquecina y
larga barba con cariño – Recuerda lo que pasó hace dos años por creer en tus
estúpidos sueños. ¿No has tenido demasiado?
– Ese ha sido un golpe demasiado bajo, Señor – La mujer dio
media vuelta, mientras su cabello de color verdoso, que había recogido en un
lazo, azotó su propia espalda debido al impulso.
Salió de allí con paso firme y enfadado. Cerró aún con más fuerza su mano izquierda,
con la que sujetaba una espada de gran tamaño –. Por cierto, feliz cumpleaños –
dijo mirando de reojo al hombre que dejaba tras ella.
Se sentía furiosa. Desde lo ocurrido aquel dichoso verano, el resto
de personas la trataba como a una traidora, aunque todos sabían que nunca había
dejado de ser fiel a los suyos.
Sólo le quedaba una cosa por intentar, después demostraría a todos que esa
vez estaba en lo cierto. Si fracasaba, no volvería jamás.
Echó a correr hasta que llegó a su hogar. Una pequeña casa redonda,
cuya fachada estaba plagada de enredaderas y plantas carnívoras de todos los
colores.
Entró directa a su dormitorio. Abrió el viejo armario y sacó toda la ropa
sin cuidado alguno. De debajo de la cama cogió una vieja bolsa de viaje. Del
cuarto de baño, sus cosméticos de aseo.
Al pasar por la cocina acarició a Lucila, una gata persa de pelaje negro y
ojos amarillos que había cogido especial cariño por la mujer. Podía pasar días
enteros junto a ella, o desaparecer por largas temporadas hasta volver
maullando en busca de cariño.
La joven mujer cogió un pedazo de pan y salió de la casa.
Ni siquiera se molestó en cerrar la puerta con llave, a pesar de que
pasaría una larga temporada fuera de casa, el tiempo que fuera necesaria para
limpiar su nombre.
*
18. Julio.2001
La mañana siguiente al
incidente en el bosque fue de lo más normal. Sin embargo no ocurrió lo mismo
con la noche.
Normalmente todos
solían irse a dormir tras la cena. Como mucho cantaban alguna canción, o
contaban alguna historia pero nada que durase más de media hora.
Aquel día, sería una
excepción.
Quedaban tres días
para que el campamento tocara fin, y una de las maneras de ir despidiéndose
unos de otros era la llamada noche del terror.
Era tradición salir al
bosque y contar historias de miedo, caminar a oscuras entre los árboles y
llevarse algún que otro susto.
Además, el que ese año
el campamento fuera en Hollstarr, era otro incentivo para que el plan saliera
perfecto ya que por la noche era un lugar de lo más tétrico.
A Yarah no le hacía
especial ilusión, no le parecía entretenido pasar miedo. Había vivido
situaciones de verdadero pánico en más de una ocasión a lo largo de su vida y
lo que menos quería era divertirse a costa de tal sensación.
La vez que más
miedo pasó en toda su vida fue cinco años atrás.
Aquella, parecía una
tarde normal de un día cualquiera. Ella era pequeña y jugaba con Aylin, una
muñeca de trapo que pasaba de generación en generación por todas las mujeres de
la familia.
Robert Aristizabal, el
padre de la niña, entró el cuarto de ésta sin hacer ruido. Le resultaba
fascinante contemplarla mientras ella jugaba.
La observó durante
varios minutos hasta que carraspeó.
– ¡Papá! –
la niña se levantó del suelo de inmediato y corrió a abrazarle.
– Hola, cariño
– ¡Pensé que no
despertarías nunca! – dijo abrazándole con más fuerza.
Robert sonrió.
Aquella semana tenía turno de noche en el hospital. Cuando eso pasaba la rutina
se convertía en llegar a casa pasada la hora del desayuno, echarse a dormir
después de la comida y despertar a media tarde para regresar al trabajo. Le
resultaba agotador.
Quería mucho a
su hija. Era una niña fuerte y valiente, bastante madura para tener ocho años.
Pero la mayoría de personas parecía no sentir lo mismo por la pequeña.
Él sufría cada vez que
algún profesor llamaba por teléfono para informar del duro trato que los demás
tenían con ella. Por eso, harto de ver a su hija en tal situación decidió
doblar turno en el trabajo, ganar más dinero y que los tres pudieran ir a vivir
lejos de allí, a algún lugar donde Yarah pudiera ser feliz.
Era un hombre
alto y apuesto que apenas sobrepasaba los treinta años. El corto y rizado
cabello, de un negro carbón, comenzaba a escasear por la zona de la frente.
Por el contrario sus
impactantes ojos azules resaltaban sus marcados rasgos faciales.
– Tengo que ir
a trabajar, cariño – suspiró –. ¿Quieres bajar conmigo a la cocina y nos
despedimos de mamá?
Yarah asintió.
– Toma papi –
dijo tendiéndole a Aylin, su muñeca favorita –. Está enferma, creo que ha
comido algo que no debía y tiene la tripita hinchada. ¿La llevarás al hospital
y harás que se ponga buena?
– Claro que sí
– dijo cogiendo la muñeca con dulzura. Había algo extraño en la mirada de la
niña –. ¿Ocurre algo?
– No
– Algo de lo
que quieras hablar conmigo, quizá…
– No…
– Venga Yarah,
dime que es lo que te pasa
– Papá –
dudaba, pero al final continuó –. Prométeme que siempre estarás conmigo…
El padre
titubeó. Aquella indefensa niña le necesitaba, y él a ella.
La amaba con locura,
más que a su propia vida.
– Por supuesto
cariño. Siempre estaré a tu lado, pero dime, ¿Qué es lo pasa?
– Nada, eso era
todo – dijo con una sonrisa de oreja a oreja mientras salía de su habitación
con paso casi divertido.
El hombre salió
de la casa tras dar un dulce beso a su mujer y otro a su hija, montó en el
coche y desapareció entre la niebla.
– Vamos Yarah,
es la hora de cenar – dijo Alika cerrando la puerta tras ella.
Cenaron un sándwich de
pollo con mantequilla y la niña se fue a dormir.
La mujer se sentó en
el viejo sofá de cuero desgastado.
A pesar del buen
oficio de su marido como médico en el hospital de Courrnerrs, y su propio
empleo en la única panadería del pueblo, no ganaban tanto dinero como para
permitirse comprar muebles en condiciones.
Encendió el viejo
televisor en blanco y negro y se puso a hacer una bufanda de lana a pesar de
que fuera verano.
No era
demasiado hermosa, pero poseía un encanto natural que le hacía ser envidiada y
deseada por los demás.
Tenía el pelo corto,
por la altura de los hombros. Era de un color rojizo, parecido al azafrán.
Nunca lo peinaba, dejaba que sus rizos cayeran de manera natural.
Sus ojos de color
miel, eran grandes y saltones, pero parecían encajados a la perfección en su
rostro, poblado de diminutas pecas.
Debían ser más
de las doce de la noche cuando la mujer despertó despavorida. Se había quedado
dormida mientras veía un documental de animales salvajes.
Se frotó los ojos con
suavidad y se puso en pie. Tras recoger el salón apagó la tele y salió al
pasillo.
Soltó un grito
ahogado. En las escaleras que llevaban al segundo piso, sentada con la cabeza
entre las piernas y sollozando estaba su hija.
Alika se acababa de
llevar un susto de muerte.
Se acercó a la niña
para sentarse a su lado y abrazarla con ternura.
– ¿Qué te pasa
cariño?
La niña no respondió.
– ¿Has tenido
otra de tus pesadillas?
Asintió.
– No tengas
miedo, solo son sueños –la apretó con fuerza contra su pecho –. ¿Llevas mucho
tiempo aquí sentada?
Asintió.
– ¿Y por qué no
me has despertado?
La niña levantó la
cabeza despacio. Tenía la cara congestionada de tanto llorar.
– ¿Dónde está
papá?
– En el
hospital, como siempre – respondió con el ceño fruncido.
– ¿Dónde?
– Cariño sabes
de sobra que está trabajando
– No mamá, hoy
no – dejó caer un par de lágrimas sobre su pierna.
Alika la miró
extrañada.
– Yarah, ¿Se
puede saber que es lo que pasa?
– Papá no va a
volver
– ¡Yarah! –
gritó exaltada –. No digas esas cosas. Claro que volverá, después del desayuno,
como siempre
– No mamá, hoy
no
– Ya está bien,
sube a tu cuarto – Dijo en el tono más calmado posible. Sintió miedo al
escuchar aquellas palabras, no entendía el comportamiento de la niña.
Yarah, obediente se
puso en pie y subió los peldaños con pies de plomo. Pero al llegar al final de
las escaleras alguien llamó a la puerta principal con impaciencia.
Ambas se miraron
reflejando temor en sus rostros. La niña bajó de nuevo las escaleras y agarró
con fuerza el brazo de su madre.
Llamaron por segunda
vez.
Alika abrió la puerta
con manos temblorosas.
– Matts… ¿Qué
haces aquí? – preguntó la mujer casi susurrando.
Matts Buttom era el
sheriff del pueblo, fiel amigo de la familia Aristizabal desde tiempos
inmemorables.
– Buenas noches
Alika… – tragó saliva, aquello era demasiado duro para él. Se agachó y dirigió
una mirada de súplica a la niña –. Pequeña, ¿Por qué no subes a tu habitación?
Pero Yarah no movió un
solo músculo de su cuerpo, tan solo miraba a Matts.
Alika la abrazó con
fuerza y arrancó a llorar, acababa de entender por que su pequeña lloraba
segundos antes en la escalera.
El hombre intentó
tranquilizarla, pero resultó ser más difícil de lo esperado.
Robert conducía
hacia el hospital situado a unos diez kilómetros de su casa, cuando un hombre
que conducía bajo los efectos del alcohol invadió el carril contrario.
Fue un choque directo,
un impacto brutal.
Matts Buttom fue el
primero en llegar al lugar, antes incluso que la ambulancia.
Robert permanecía
atrapado dentro del coche, no respiraba, pero aún tenía pulso.
El sherrif pensó en
llamar a la familia de inmediato, pero conocía a Robert.
Era un hombre fuerte,
no moriría por eso. Se recuperaría, y en cuanto lo hiciera, Matts correría
hacia la cabina más cercana y llamaría a casa de los Aristizabal.
Si llamaba en ese
momento solo conseguiría preocupar a Alika.
Pero por
desgracia, se equivocaba.
Robert murió tres
horas después.
Matts montó en el
coche patrulla y condujo hasta la casa de su amigo recién fallecido sin antes
asimilar lo que acababa de ocurrir.
Fue un duro
golpe para Alika, pero aún más para Yarah.
Después de aquello,
nunca volvieron a mencionar nada acerca del sueño que la pequeña había tenido
aquella noche, donde única y exclusivamente había visto a su padre muerto, sin
respirar. Sin vida.
Tras la cena, los monitores se reunieron en círculo en el centro del
comedor.
–
Chicos, por fin llegó la noche que tanto tiempo llevábamos esperando – el
primero en hablar fue Bull, el monitor más veterano de todos.
No tendría más de
cincuenta años, pero parecía un chaval. Era completamente calvo, y de piel
negra. Su complexión atlética le hacía parecer un boxeador experimentado.
Bull no era su
verdadero nombre, pero nadie parecía saber cual era en realidad.
Continuó hablando.
– Empezaremos
organizando los grupos, después cada monitor os irá explicando en que consiste
Los niños se
alborotaron. Se sentían emocionados con ese tipo de cosas.
Maillon,
Steffano y Eirian se miraron entre ellos con sonrisa cómplice en los labios.
– Habrá seis
grupos formados por cinco de vosotros en cada uno. Habrá un monitor por grupo.
Memos el último, que contará con una persona menos…
– ¡Primer
grupo! – gritó Monik sin dejar terminar de hablar a Bull. Era una chica morena
poco agraciada, la más joven de los monitores –. Roxanne Filiph, Maillon Runch,
Kim Sallers, Hug Went y Hellen Alson, iréis conmigo. ¡Segundo grupo!...
Yarah deseó que
no dijeran su nombre, que se hubieran olvidado de ella como solía pasar siempre
y así poder irse a descansar tranquilamente.
– ¡Último
grupo! Eirian Straw, Yeika Zellst, Abbie Gregor y Yarah Aristizabal. Y a
vosotros os acompañará…. Thomas
La niña
chasqueó la lengua. Thomas era el único que se salvaba para ella de ese grupo.
Abbie no era mala
chica, pero su falta de autoestima y personalidad le hacía creerse mejor de lo
que era delante de los demás, y si ello significaba humillar o torturar a
Yarah, lo haría.
Thomas se
acercó a ella con paso lento. Eirian le seguía.
– Como le
estaba comentando ahora mismo a tu compañero – dijo haciendo alusión al chico
de ojos verdes –. Ocho de vuestros compañeros han caído enfermos esta noche,
entre ellos Abbie y Yeika. Tendrán que quedarse en manos de Georgina, la
cocinera. Así que como podéis imaginar nuestro grupo ya está completo.
Cuando Yarah
quiso abrir la boca para agarrarse a la falsa excusa de que se encontraba tan
enferma como los demás, Thomas ya tiraba de ellos en dirección al bosque.
Escribes bien quizas te falte un poco definir tu estilo en esta novela pero le veo un futuro si te pulieras mas y fueras un poco mas cuidadosa con los deralles de la historia solo esta empezando pero esperare ansiosa los sihuientes capitulos.Att: Miharu*
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