Mi dedo índice rodeaba lentamente una simple mancha en la
alfombra del salón.
Mi mente paseaba absorta por pensamientos vagos, casi
imperceptibles, pero ahí estaban.
A todo esto entraba un rayo de sol por el pequeño agujero de
la persiana que nunca conseguí llegar a cerrar por completo. Fuera hacía buen
día pero mis fuerzas no eran suficientes ni tan siquiera para abrir la ventana.
Así pues descansaba mi cuerpo sobre la desgastada alfombra de los años setenta llena
de polvo y lágrimas.
Hacía tiempo que ya no estaba conmigo, hacía días, meses,
años, pero su recuerdo permanecía en mi interior como la llama ardiente que
destaca sobre el resto en una proclamada hoguera. Jamás olvidaría su rostro,
pero si hay algo que sé que jamás llegaré a olvidar es su aroma. Solo ella olía
así. Esas notas dulces, casi inapreciables pero capaces de llenar el más vacío
de los corazones.
Algunos días logro vestirme, asearme y salir fuera de casa.
Me armo de valor y finjo ser una persona normal, como si no me matase la agonía
de ausencia, e incluso las personas que me rodean llegan a creerlo. Pero esa no
es la realidad, a realidad es fría, dura y cruel. La realidad me ahoga por
dentro mientras me envuelvo en falsas sonrisas, en falsos abrazos y falsas
rutinas. Una falsa vida.
Quisiera irme de aquí, regresar a su lado esté donde esté, y
si eso no se puede alcanzar irme de este mundo y no soportar esta tortura. Me
falta su calor, me falta su alegría, me falta ella.
Sin embargo otros días me dejo hundir en mi cobardía, dejo
que me venza y no lucho por nada. Me aferro a una manta vieja y un pijama
usado, es lo único que me acompaña durante horas mientras me tumbo en la vieja
alfombra y hago círculos alrededor de la mancha.
Esos días soy la persona que en verdad soy, no me hace falta
fingir, nadie me obliga a sonreír. Si quiero llorar, lloro, si quiero gritar
grito. Si me consume la indiferencia, me consumo con ella.
La punta de mi dedo había perdido toda sensibilidad de la
cantidad de horas que lleva girando alrededor de aquella mancha como si aún
pudiese acariciar el cuerpo desnudo de la persona que más amé. Había momentos
en los que incluso llegaba a sentir su calor, su suavidad, su tacto invadiendo
cada espacio de mi ser. Pero siempre despertaba, tan solo era un mancha. La
mancha. Esa mancha. Su mancha. Lo único que me queda de ella.
Una insignificante mancha del zumo de frutas que un día
cualquiera se le fue de las manos aterrizando en la alfombra mientras una
sonrisa, para mi eterna, inundaba su rostro. Un día cualquiera, un hecho insignificante
para cualquiera, una mancha corriente que se ha convertido en el único porqué
de mi vida.
Experiencia
Es tan triste 😭
ResponderEliminar